Su Santidad y la Virgen de Guadalupe

Fernando Ojeda Llanes (*)

En la entrevista realizada al papa Francisco por un medio de comunicación pidiendo sus comentarios sobre México, entre otras cosas mencionó que: “el diablo está molesto con México porque la Virgen de Guadalupe se apareció en nuestro país y trajo a su Hijo Nuestro Señor Jesucristo”.

Palabras sabias de nuestro querido Papa, me consta su gran devoción y amor a la Santísima Virgen de Guadalupe, sobre todo después de haber escuchado a su lado la hermosa homilía en la misa dedicada a Ella el 12 de diciembre de 2014 en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

A efecto de comprender sus comentarios hagamos un recordatorio de por qué se apareció la Santísima Virgen Santa María de Guadalupe en el Tepeyac.

Se iniciaba el año 1531 cuando ya transcurridos 10 años después de la conquista de México, los indígenas sufrieron una gran depresión debido a la destrucción de sus templos y sus ídolos.

La primera Audiencia Española presidida por Nuño de Guzmán tuvo una triste actuación de represión y persecución sobre el pueblo indígena. Los trataban como animales, los castigaban, los asesinaban, violaban a sus mujeres, los vendían como esclavos para ser llevados a la isla de Santo Domingo, en donde previamente los españoles habían prácticamente acabado con la población.

La primera Audiencia había prohibido a los indígenas que se acercaran a los misioneros, sobre todo a su gran protector de entonces, el obispo de México Fray Juan de Zumárraga, mismo que fue atacado y casi muerto al tirarle una lanza que le pasó entre los brazos.

El obispo Zumárraga había escrito muchísimas cartas al rey de España relatando los graves sucesos cometidos por la gente en el gobierno, pero todas sus misivas fueron incautadas.

Hasta que llegó el momento en que redactó una larga carta de aproximadamente 34 páginas en donde relató todo el suceso y al final anotó: “Si Dios no provee con remedio de su mano, está el mundo a punto de perderse totalmente”.

El ruego de Fray Juan de Zumárraga no se hizo esperar. El rey de España sustituyó a las autoridades de la primera Audiencia, formando una segunda. Pero el evento más importante fue que Nuestro Señor Jesucristo escuchó sus ruegos y envió a su Santísima Madre Santa María de Guadalupe el 9 de diciembre de 1531 y se presentó en el Tepeyac de México al entonces indígena Juan Diego y le dijo:

“No tengan miedo, ¿no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser su madre?. Deseo que me hagan una casita sagrada para ponerlo a Él que es todo mi amor”.

La Virgen de Guadalupe se aparece para traer a su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, ser intermediaria y aliviar las penas de los mexicanos que sufrían los tormentos “del diablo” a través de los conquistadores.

He escuchado los comentarios de muchos creyentes que dicen que debería regresar la Virgen de Guadalupe y aparecerse de nuevo para acabar con las calamidades que estamos viviendo de crimen, secuestros, corrupción, asesinatos de religiosos, de católicos, de muchos seres humanos de variadas razas y creencias.

La situación es analógica a la que vivieron nuestros antepasados y cuya súplica interpretó Fray Juan de Zumárraga y sirvió de intermediario para pedir la llegada de la Virgen de Guadalupe. Es tal el deseo colectivo de que se presente de nuevo Nuestra Querida Madre Guadalupe que la ven por todos lados: en un árbol, en las nubes, en Cleveland, en Irlanda, en Israel.

Todo esto es el deseo intenso de tenerla de nuevo en persona con nosotros para que nos alivie de tan caótica situación inhumana. Pero ¿saben? Ella no aparecerá de nuevo. ¿Por qué?, ¡porque está aquí, nunca se fue!, pregúntense por qué no hizo como en Fátima, Lourdes o Medjugorje, en donde dejó mensajes de calamidades y pidió oraciones y penitencias.

La respuesta es muy simple, porque fuimos privilegiados.

Nos dejó su Santísima y Sagrada Imagen, estampó su propia persona en la tilma de Juan Diego, es pues Ella la que se encuentra aún en el Tepeyac.

Realmente ya no necesitamos que tenga una nueva Aparición, Ella está presente, nos dijo que le pidamos, que oremos “que no tengamos miedo”, instituyó el Rosario para hacer llegar nuestros lamentos y seremos complacidos, pero si nos quedamos callados, sin pedirle, no lograremos nada y “el diablo” molesto continuará en su lugar muerto de risa, arrastrando a los malvados que se cruzan en su camino.

Nosotros los guadalupanos le llamamos “el chamuco” y nos consta su malvada presencia queriendo entorpecer todo evento guadalupano, pero ese es otro boleto que comentaré posteriormente. Mérida, Yucatán

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*) Representante en Mérida del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe de México