9 de diciembre de 2018

Foto: Megamedia
 Fernando Ojeda Llanes (*)

Hoy es el día de San Juan Diego Cuautlatoatzin, que significa “águila que habla” o “el que habla como águila”. Es conocido por ser el protagonista central de las apariciones de la Virgen de Guadalupe que tuvieron lugar en México del 9 al 12 de diciembre de 1531.

Juan Diego nace en torno al año 1474 en Cuautitlán, que pertenecía al reino de Texcoco en México. Su muerte tuvo lugar en 1548, poco después de otro importante protagonista de este acontecimiento, el entonces arzobispo de México Fray Juan de Zumárraga.

Juan Diego es llamado Embajador Mensajero de Santa María de Guadalupe, fue beatificado en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe en Ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por el papa Juan Pablo II durante su segundo viaje a México. Fue canonizado en la misma Basílica y por el mismo Papa el 31 de julio de 2002.

Su vida

Desde el siglo XVI existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de la Santidad de Juan Diego, uno de los más importantes fueron, sin lugar a dudas, las llamadas Informaciones Jurídicas de 1666 y el Nican Mopohua escrito en 1546 por el ilustre indígena Antonio Valeriano.

Juan Diego era un hombre como de 57 años de edad bautizado por los primeros misioneros franciscanos. No era azteca, era perteneciente a la etnia indígena de los Chichimecas de Texcoco. Se convirtió al cristianismo en el pueblo de Cuautitlán y estaba casado con una india llamada María Lucía, se pasó a vivir al pueblo de Tulpetlac con su tío Juan Bernardino.

Era un indígena macehual que vivía honesta y recogidamente, muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en muchas ocasiones la gente le decía varón santo.

Gracias a las fuentes históricas conocemos las circunstancias de lo que fue la vida normal de Juan Diego, su familia, sus casas y tierras y su actitud decidida a retirarse de toda comodidad para ir a vivir y servir en la ermita recién construida, según la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe, a los pies del cerro del Tepeyac y en donde fue colocada la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe.

El encuentro

El documento más antiguo es “Nican Mopohua”, en donde se expresa el dictado que Juan Diego hizo a Antonio Valeriano, su autor, dice lo que sucedió en la mañana del 9 de diciembre de 1531:

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos. Y al llegar cerca del cerrito, donde se llama Tepeyac, ya relucía el alba en la tierra. Allí escuchó cantar sobre el cerrito, era como el canto de variadas aves preciosas. Al interrumpir sus voces, como que el cerro les respondía. Sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos aventajaban a los pájaros del coyoltototl y del izinitzcan y a otras aves preciosas que cantan.

Se detuvo Juan Diego, se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que escucho? ¿Tal vez estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los ancianos, nuestros antepasados, nuestros abuelos; en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba mirando, hacia lo alto del cerillo, hacia donde sale el sol, hacia allá, de donde procedía el precioso canto celestial.

Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de escucharse, entonces oyó que le llamaban de arriba del cerrillo, le decían: “Juanito, Juan Dieguito”.

Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación inquietó su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo, fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo contempló una noble doncella que allí estaba de pie. Ella lo llamó para que fuera juntito a Ella.

Y cuando llegó junto a Ella, mucho le maravilló cómo sobrepasaba toda admirable perfección y grandeza: su vestido como el sol resplandecía, así brillaba. Y las piedras y rocas sobre las que estaba, como que lanzaban rayos, como de jades preciosos, como joyas relucían. Como resplandores del arco iris en la niebla, reverberaba la tierra. Y los mezquites y los nopales y las demás variadas hierbitas que allí se suelen dar, parecían como plumajes de quetzal, como turquesas parecía su follaje, y su tronco, sus espinas, sus espinitas relucían como el oro.

Juan Diego, en un día como hoy —pero hace 487 años—, estaba ante la presencia de Santa María de Guadalupe, en su primera aparición.

Doctor en Investigación y representante del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos en Mé[email protected]