18 junio, 2018, 12:00 am
Fernando Ojeda Llanes (*)
He cumplido con la misión que me fue encomendada en este bello país de Argentina, después de haber impartido seis conferencias en San Rafael Mendoza, Buenos Aires y Luján.
En cada uno de esos lugares el mensaje de la Virgen de Guadalupe y mis investigaciones realizadas a su sagrada imagen fueron escuchadas con un enorme interés y devoción por cada participante.
Tuve la oportunidad de platicar sobre las analogías que tiene la Sábana Santa de Turín con la imagen guadalupana, causó gran interés la presencia de flores impresas en la Sindone y las veintiséis especies que fueron identificadas por los investigadores Alan Whagner y Avinoam Danin.
Las autoridades de la Iglesia hicieron el honor de invitarme a impartir una de las conferencias en el hermoso santuario de la Virgen María de Luján, patrona de Argentina. Se trata de un santuario estilo gótico que resguarda la milagrosa imagen cuya historia es sumamente interesante y tiene cierta analogía con el Acontecimiento Guadalupano a través de Juan Diego y el negrito Manuel, cuyo resumen histórico les relato a continuación.
El señor Antonio Farías, vecino de Córdoba, pidió a un paisano suyo le trajese de Brasil una imagen pequeña de la Concepción de la Madre de Dios para colocarla en una capilla que estaba fabricando en su hacienda, de un lugar llamado Sumampa. Como prueba de estima no le trajeron solo una, sino dos imágenes de 36 centímetros cada una, así podría elegir cuál de éstas poner en la capilla.
El 21 de marzo de 1630 la embarcación con las imágenes ingresó al puerto de Buenos Aires, transportando mercaderías varias y un buen número de esclavos, entre ellos un negro llamado Manuel, de 26 años. Las imágenes junto con mercadería y el esclavo Manuel fueron conducidas a su destino, cargándolas en una de las carretas que en compacta tropa partieron rumbo al norte por el camino real a Córdoba del Tucumán, al correr el mes de mayo de 1630.
Dos días después las carretas llegaron a la estancia de Diego de Rosende Trigueros, donde pararon la noche a la espera de vadear con seguridad el río Luján a la mañana siguiente.
Al amanecer trataron de proseguir el viaje por el camino real, pero sucedió que, unidos los bueyes al carretón que transportaba las imágenes, por más que tiraban no podían moverla ni un paso. Admirados de la novedad, los circundantes le preguntaron al conductor qué carga traía. Respondió que la misma de días anteriores en que había andado sin la menor dificultad, por no ser muy pesada, y pasando a individualizarla añadió que venían dos cajones con dos bultos de la Virgen, que traía encomendadas para la capilla nueva de Sumampa.
Aligeraron la carreta retirando cierta carga, pero los bueyes no tiraban de ésta. Subieron de nuevo la carga. Cuando bajaron un cajón con una de las Vírgenes los bueyes jalaron la carreta y continuaron su camino. Entonces los presentes clavaron sus ojos en el cajoncito y, embargados por la emoción religiosa, lanzaron un grito que resonó en el silencio y la soledad inmensa de la pampa: “¡Milagro, milagro (la Virgen quiso quedarse)!”.
Capataces, troperos y peones se felicitaron por haber sido instrumentos de tanto favor y resolvieron llevar la santa imagen a la casa de Diego de Rosende Trigueros, donde se levantó un pequeño oratorio y se destinó al mencionado negro Manuel, persona de llamativa candidez y simplicidad, testigo privilegiado del prodigioso milagro, para que cuidara del culto, particularmente de la lámpara que iluminaba la imagen y que ardía incesantemente. Ministerio de sacristán que el negro Manuel cumplió con suma abnegación a lo largo de 54 largos años, considerándose, según se lo había dicho su primitivo amo, que no tenía otro amo a quien servir más que a la Virgen Santísima.
Fue así como el negro Manuel se convirtió en esclavo donado a su exclusivo servicio, profundo convencimiento que lo llevó a repetir sin claudicar: “Soy de la Virgen, no más”.
La historia de la Santísima Virgen de Luján y el negro Manuel tienen mucha analogía con el Acontecimiento Guadalupano y la participación de San Juan Diego, a quien se le construyó su casita al lado de la ermita del Tepeyac y se convirtió en cuidador de la Virgen de Guadalupe; pero éste es otro boleto que abundaré en próxima ocasión, ya que me he puesto como objetivo estudiar las analogías respectivas.
Los objetivos de mi viaje a Argentina en compañía de mi hijo Carlos Gerardo se cumplieron. Deseo agradecer a mis queridos amigos Óscar Rugiero y su estimable esposa Carolina sus finas atenciones, el cariño y amor que nos proporcionaron durante nuestra estancia en ese inolvidable y bello país. Mi gratitud a monseñor Eduardo María Taussig, obispo de San Rafael, por su apoyo y bendiciones; a todas las personas que organizaron los eventos y a la comunidad que participó de mis conferencias que, indudablemente, llevarán el mensaje recibido de Santa María de Guadalupe a todos los lugares de su país y a otras naciones.
Representante en Mérida del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos. Fernandoojeda.com. [email protected].