Lunes, 9 de mayo de 2016 – Edición impresa
Nuestro ambiente y los valores humanos
Fernando Ojeda Llanes (*)
Es innecesario a veces comentar lo que está sucediendo en todo el mundo, principalmente en nuestro país: crímenes, enfrentamientos, corrupción, asaltos, desapariciones, drogadicción y mucho más. Digo innecesario porque sería repetir lo que todos estamos viviendo, leyendo y viendo en los medios de comunicación… lo importante es su origen. Cuando me refiero a origen no quiero decir precisamente si se trata de pobreza, de falta de crecimiento del país, la tarea que hacen o no las autoridades, sino la causa principal y a mi modo muy particular de pensar es que: estamos viviendo una falta de valores.
Un valor es algo que se asocia con la moral y la ética. Todas las personas tienen ciertas virtudes que nacen de su interior y guían sus acciones; como se trata de valores humanos, no todas las personas piensan de la misma forma, por tanto difieren entre éstas, aunque las costumbres y formas de actuar cambian con la historia, pero hay valores que deberían mantenerse sin alteración porque son los que diferencian al hombre de cualquier otra especie de ser y son precisamente estos valores que lo enaltecen porque encauzan la labor de toda persona. De una gran lista me permito opinar que hay cuatro que deberían continuar en la persona, no importando lo que suceda en la historia, en el país, en el ambiente en que se desarrolla. Podemos llamarlos valores universales y son: honestidad, responsabilidad, respeto y sensibilidad.
Por el corto espacio para este escrito, en esta ocasión no describiré cada uno de éstos. Lo iré realizando en escritos posteriores, pero son tan universales y conocidos, que cada uno de nosotros sabemos de qué tratan. Me ocuparé más adelante de definirlos en detalle.
Por ahora, debemos preguntarnos ¿de dónde nacen los valores? ¿Por qué se desvanecen de las personas? No hay que investigar tanto para saber que nacen de la propia familia, desde que nacemos. Los ejemplos que vamos recibiendo desde nuestra niñez, juventud, como adultos y hasta como ancianos van penetrando en nuestro interior, lo que nos inculcan nuestros padres, lo que vemos en nuestros hermanos, tíos, abuelos. Desde luego, nuestra primera formación se realiza en el interior de nuestra familia. Nuestra preparación y cultura continúa con la escuela y los estudios.
Si por ejemplo un padre es narcotraficante o alcohólico y maltrata a su esposa, qué ejemplo interior percibirá el hijo; estos escenarios se convierten en algo normal para su vida y por lo tanto nacen valores negativos totalmente desvirtuados. A veces no necesariamente sucede que algunos padres tengan que ser criminales o borrachos para que se desvirtúen los valores de sus hijos, simplemente con que sean maltratados, no escuchados o bien encauzados durante su infancia, aun cuando los padres sean unos santos. También se recibe mala formación en el ambiente de trabajo, cuando el patrón maltrata a los empleados, cuando los corre sin justificación, cuando los hace laborar como esclavos. Los jóvenes empleados asimilan esa forma negativa de proceder y los valores positivos que pudieron haber recibido se distorsionan. Entonces no es la pobreza, ni la situación del país ni el gobierno el que deforma los valores, es el propio ser humano desde la familia y ambientes de estudio o trabajo en que se desarrollan que al ejemplificar la distorsión de los valores humanos causan su pérdida.
Les pondré un ejemplo de distorsión de valores: la semana pasada que tuve el gusto de pasar unos días en Praga, Checoslovaquia, disfruté del medio de transporte colectivo. En ese país la propia cultura desarrolla los valores humanos, existe una cultura del orden y la disciplina: subí a un tranvía urbano junto con un amigo y todos los asientos estaban ocupados. Sin embargo, solamente al vernos subir, dos personas de menor edad que nosotros se pararon automáticamente como impulsados por resortes sin vernos la cara y sin decirnos absolutamente nada para dejar dos lugares vacíos y sean ocupados por nosotros. Le dije a mi compañero: “Nos vieron viejos”. Sin embargo, no fue así, otra persona más joven que nosotros subió y sucedió lo mismo al cederle el lugar otro más joven que aquél —tal parece que en la mente llevan una lista de edades de las personas y de disciplinas a seguir—, pero no hay tal lista, sino una procesión interna de valores humanos recibidos de una gran cultura milenaria. Recuerdo mis años de juventud cuando esto sucedía en Mérida, pero hoy los jóvenes o adultos sentaditos cuando una señora embarazada con un hijito abrazado se mantiene parada cayéndose a cada frenada del autobús.
Pienso que debemos entrar a nuestra lista interior para revisar aquellos valores universales y otros más que tenemos en cartera, pero por tacaños no sacamos a relucir, o lo que sería terrible es que no los hayamos recibido de nuestros padres o hayan sido destruidos por nuestros maestros, compañeros de estudio o patrones en el trabajo.— Mérida, Yucatán.
Contador público certificado, maestro en Finanzas y consultor de empresas